Probablemente las luminosas avenidas de Las Vegas hayan visto casi cada noche altercados de magnitud igual o superior a lo de hoy, pero desde luego no deja de impresionar un acto tan primitivo como es calentarle la oreja a otro. La cosa alcanza tales proporciones que a uno se le olvida en seguida quién va con quién o contra quién, y justo cuando parece que el temporal amaina, se produce el golpe
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